Siento decepcionaros amables lectores y colaboradores, pero yo, que nazco en este instante, no lo hago para vuestro lucimiento personal, ni para que me consideréis un espacio de opinión, con derecho a ser debatido por el resto; es más, ni siquiera voy dirigido a vosotros; sois, simplemente, mi medio de subsistencia. Vosotros, coetáneos y fruto de “la madre que os parió”, sois los responsables de que vuestros sucesores en otras eras, tengan una idea de la que otrora fuera “la madre que parió” al padre o a la madre de la madre o del padre, del padre o de la madre,…: la yayita. ¿Alguno tenéis una imagen de vuestra tatarabuela, sin ir más lejos? Evitémoslo. Todo cabe, experiencias, puntos de vista,…; en una palabra: vuestras historias. El personaje lo merece.
Como al parecer vuestra familia es lenta de reflejos, a vuestra bien entrada edad adulta habéis descubierto las genialidades de vuestra progenitora y he ahí vuestra primera misión; no sólo podéis verter en mis páginas virtuales todo lo que ella os pueda inspirar, sino que debéis dejar nota de aquellos dichos, aquellas salidas, que de seguro os habrán, cuando menos, sorprendido, en algún momento de vuestras vidas.
Para empezar a caldear el ambiente os haré un rápido recorrido por su intensa y avanzada vida, para la época en que le tocó vivir su juventud. Os sorprenderá más de un detalle, sobre todo a vosotros, su tercera generación.
Situaremos el relato en un día aciago del año 1950, en Barajas. Angelines -la llamaremos así, pues es difícil que llamándola yayita, os imaginéis a la madrileña, guapa y con chispa que era vuestra abuela en sus 26 años, bien llevados-; Angelines, os decía, salía por la puerta del aeropuerto madrileño con una llantina difícilmente disimulable: acababa de despedir a su novio, que partía a América -a México, para más señas-. Aquel avión se llevaba al hombre que adoraba y le dejaba en prenda, promesas, muchas promesas, que sabe Dios si cumpliría: “no llores tontina –seguramente le diría-, que antes de que te des cuenta estaremos en aquellas tierras, juntitos y nada ni nadie volverá separarnos”.
Ella volvía a casa a seguir conviviendo con una madre que no aprobaba sus relaciones y dos hermanos adolescentes, demasiado jóvenes para comprenderla. Él, en aquel avión, volaba dejando atrás no sólo a la mujer que le había robado el corazón, sino un hogar que había sido su infierno particular durante varios años, con su esposa ante Dios y ante la ley y dos hijos, fruto de esa relación.
Tras la ventanilla del autobús que la llevaba a la Puerta del Sol, Madrid seguía su marcha; a nadie parecía importarle la angustia que quemaba sus entrañas. Como si de una película muda se tratase, iban pasando por su mente, las escenas de su vida. Una niñez, no carente de dificultades en los felices años 20; una guerra –entre hermanos la llamaban, como si fuera posible disparar a alguien de tu sangre- que forzó a sus padres a repartir hijos entre familias que quisieron acogerlos en la zona republicana, alejándolos de un Madrid severamente castigado por las bombas; ¡ay, qué recuerdos más dolorosos!; parecía que fue ayer; aquella niña de once años, despidiéndose de todo aquello que más quería, su padre, su madre, y sus dos hermanos, que también partían a otro lares. Pero no guarda rencor a nadie, asumió la decisión parental, sin quedarle muchas secuelas sicológicas. Aquel pequeño pueblecito en Valencia -Villargordo del Cabriel- y una encantadora familia que le compró un vestido, que le hacían usar del revés los días de diario y del derecho los festivos y le daban la posibilidad de comer un plato de comida cada día –con grandes esfuerzos pues no eran tiempos de bonanza para nadie- fueron su cobijo hasta el final de la contienda.
¡La guerra había terminado; por fin regresaba a casa; la familia volvería a estar unida! Recuerda con amargura la llegada de Carmún, su hermana pequeña de siete años, que ha debido olvidar a su familia: “señora, ¿puedo sentarme?”, preguntaba, clavando sus ojitos en Matilde –la madre, que tornaba las lágrimas de tristeza de los últimos tiempos por las de felicidad del reencuentro con sus queridos hijos-.
Las desdichas no habían terminado para los Hurtado; el padre, un sindicalista de poca monta y tendencias progresistas –y cuando hablo de sindicalista me refiero a la simple afiliación-, es encarcelado por tan grave delito. A su mente acude la vívida escena de su madre, cambiando la pieza de pan que le correspondía en la cartilla de racionamiento por tabaco para su marido encarcelado, sin terminar de comprender, hoy en día, esta generosidad sin límite de su madre.
El “bondadoso Caudillo” libera a Tomás -que así se llamaba el padre-, pasados unos meses. En mala hora lo haría, ya le podía haber dejado a cadena perpetua y su familia habría podido seguir llevándole tabaco a la prisión. Tras la guerra, cada ciudadano tenía que sacar el carnet de paro, que debía ser visado por el jefe de distrito (personas adictas al régimen que conocían la trayectoria política de cada vecino). Con sus antecedentes, no sería fácil que Tomás encontrara trabajo en Madrid. La familia tenía el vicio de comer a diario, por lo que decidió aprovechar la oportunidad que le brindaron unos primos de Trujillo: “Vente por aquí –le dijeron-, tendrás un puesto en la fábrica de hielo; esto no es la capi, pero no se vive mal y, lo más importante, tendrás algo de comida que llevar a tu casa cada día; Angelines, con sus once años es ya una mujercita y podrá trabajar en el mesón que tenemos en la plaza”. Pero Tomás no tuvo nunca la oportunidad de empezar una nueva vida en Extremadura; el día que visitaba la fábrica, antes de decidir su traslado definitivo, una explosión hizo que saltaran por los aires, él y la fábrica. Angelines comenzó a saber lo que la palabra huérfana representaba. Ella sí que volvería a Trujillo cada verano durante algunos años ,a trabajar despachando helados en el Mesón del Pillete; no le pagaban, claro, pero sería una boca menos que su madre, Matilde, tenía que alimentar: su mísero sueldo no daba para mucho.
Aún en su preadolescencia y cuando sabían leer, escribir y las cuatro reglas y se aseguraban de que estaban bien imbuidos del nacional-catolicismo, … a trabajar: Angelines en Osram, en la cadena de control de calidad de una fábrica de bombillas –el sueldo no era mucho, pero venía muy bien en casa y, además, era una empresa seria, alemana-; Carmún, de aprendiza con una modista –el sueldo era aún menor, pero ya se sabe, un grano no hace granero pero ayuda al compañero- y, por último, Pepe –hay Pepe, la niña de los ojos de Matilde-, con orgullo materno, contaba a todo aquel que quisiera escucharla que su Pepe había entrado a trabajar en Barreiros, empresa seria donde las haya, “seguro que Pepito hará carrera allí”, le contestaban las vecinas –y Pepito se jubiló en Barreiros-.
Con mucho esfuerzo y todos a una, la familia fue saliendo adelante. Angelines, con el par de duros, que tras entregar el sueldo a su madre, ésta le dejaba para "sus cosas", hacía maravillas; un retazo de tela comprado al telero y pagado a plazos, para que Carmún le hiciera un vestido a la última moda, a cambio de que ella le tejiera una rebeca como la de su prima, que la tenía encandilada; de vez en cuando –muy de vez en cuando- podía ir al cine: en el Olimpia, en la Plaza de Lavapiés, por un duro, podías ver dos películas y el Nodo, incluso daba para comprar un paquetito de majuelas; eso sí, si querías ir a una sala de estreno en la Gran Vía, tenías que aprovechar los miércoles, que era el día de las féminas y sólo pagaban una peseta; y las salas de fiestas … ¡era lo mejor! Ir un domingo, con primas y amigas al Florida Park, en el Retiro o a Pasapoga, en la Gran Vía, era una sobrada compensación a la semana laboral de lunes a sábado. Como un aguijón, volvió la imagen Pablo diciendo adiós a la hora de embarcar,… fue allí donde le conoció hace unos meses, en Pasapoga. “Mira a ti que te gustan los buenos mozos, a por ti que viene uno”, le decía su prima a carcajadas mientras Pablo, con poco más de metro y medio de estatura, la sacaba a bailar. No es que fuese un amor a primera vista; no era su tipo y sobre todo, le chirriaba su obsesiva manía por el orden –los billetes colocaditos por tamaños y las monedas lo mismo-, no eran su esquema tipo del hombre de sus sueños, pero supo conquistarla,;Pablo no destacaría por ser un buen mozo, pero era galante, cariñoso, atento, educado…
En Pasapoga estaba, cuando oyó la voz del conductor del autobús: “Ahueca niña, que hemos llegado hace mucho ¿o quieres venir conmigo a Cocheras para que te enseñe el motor?” Azorada bajó corriendo, había llegado a la Puerta del Sol.
Desconozco si Angelines cayó en sus redes antes o después de conocer el hándicap que Pablo acarreaba consigo; pero fue algo sin remedio.
Pablo cumplió con todas y cada una de sus promesas. Durante un año cartas iban y venían de México a Madrid –siempre a escondidas-; incluido un disco de vinilo a 33 rpm, en el que le hacía una declaración de su amor en toda regla. Finalmente llegó la misiva más esperada, la que contenía un billete de avión Madrid-México, sin retorno. El miedo comenzó a atenazar todos sus sentidos, pero no podía echarse atrás; lo quería y lucharía por su felicidad.
Llegó el día y espetó a su madre a bocajarro que se marchaba a México. Dudo mucho de que en aquel momento, Matilde supiera dónde se iba su hija mayor, pero sí calibraba el dolor que ello le producía.
No he podido indagar con que compañía pudo volar, ya que en el año 51 Iberia todavía no había inaugurado sus viajes a América, ni Aeroméxico tampoco y ya es un poco tarde para que la yayita nos lo pueda explicar. Pero tuvo que ser un vuelo con varias escalas y cambios de aviones –siempre de turbohélice, pues los aviones a reacción comenzaron a comercializarse al año siguiente-. Con esto quiero que os concienciéis de la aventura en la que vuestra madre/abuela se embarcaba: allí estaba ella, dejando atrás madre, hermanos, trabajo, amigas, por seguir a un hombre casado, con dos hijos, casi once años mayor que ella, a tierras extrañas, pero del que se había enamorado locamente.
No creo que se arrepintiera nunca de su gran hazaña. Su llegada a México fue deslumbrante. Pablo la llevo al bonito piso que tenía alquilado, al que no le faltaba nada: radio, televisión, frigorífico,… y al poco tiempo coche -un Ford del 52, último modelo-; cosas, que sólo en las películas había visto en su vida. Pablo había encontrado trabajo al poco de llegar y ganaba un sueldo más que respetable, consiguió ascender con los años, "con mucha honradez, lealtad y constancia" cono repetía a sus hijos, vosotros, cada vez que salía el tema.
Tú, Nines, apareciste un año después, colmando de alegría la vida marital. Pero Angelines no podía conformarse con sus labores de hogar y su hija; su espíritu inquieto le exigía idear algo. Le costó convencer a Pablo –persona precavida y no dada a embaucarse en grandes aventuras, sobre todo si de dinerito se trataba-, pero lo consiguió. Alquiló un local en pleno barrio de Polanco y se trajo de España nada menos que una de las cortadoras de Pertegaz. Poco tiempo después, en la puerta de Rango –así se llamó el negocio-, había casi siempre un Rolls Royce o un Mercedes con chofer, esperando la salida de alguien de lo más granado de la sociedad mexicana y la colonia española en México, que venía a probarse para lucir modelitos en los mejores saraos de la capital azteca. Lo había conseguido, Rango fue el nombre de referencia de la moda y la alta costura.
¿Recordáis a Matilde? Aquella madre abnegada que quedara en Madrid llorando desconsoladamente la pérdida de su hija, acudió al SOS de Angelines, que la necesitaba como nunca, pues no daba abasto: la hija, la casa, la tienda, todo requería de dedicación y ella no daba más de sí. Su madre no lo pensaría dos veces; su Pepito se había casado y vivía felizmente con su mujer y un hijo, en la casa de Dr. Fourquet que en su día fuera el hogar familiar; su lugar estaba al lado de sus hijas, por muy lejos que estuvieran –porque Carmún, la pequeña había decidido seguir a su hermana y también residía allí-.
El tiempo transcurría y llegasteis vosotros, Pili y cuatro años después, José Pablo –dudo que hubiera niño varón más deseado en el mundo entero-. Para entonces vuestro padre tenía ya 50 años y era una persona muy enfermiza, pero mantenía el carácter enérgico que le había caracterizado toda la vida. Los hijos crecíais y no siempre comprendíais la cerrazón de unas ideas anacrónicas basadas en la sinrazón.
La vida, que no se queda con nada que no es suyo, devolvió la jugada a Pablo y Angelines, cuando tú, Nines, decidiste venirte a España. Fuiste la puesta en marcha que motivó su regreso a su añorada patria. Una jubilación anticipada, cierre del negocio después de veinte años, la maleta con lo imprescindible y a España de nuevo. Atrás dejaba una madre enterrada, que supo dar todo por los suyos y una hermana, Carmún, que vivía felizmente casada con un mexicano y seis hijos. Durante este año de preparativos fue necesario que Pablo suscribiera un contrato económico con su ex mujer, por el que ella se comprometía a no denunciarle a cambio de una sustanciosa suma de dinero; no olvidemos que hasta 1981 no se aprobaría la ley del divorcio y Pablo podría acabar con sus huesos en la cárcel acusado de adulterio.
Fue dura la aclimatación de nuevo. Su marido alternaba una dolencia con otra y la demencia senil precoz iba minando su mente. A ello había que añadir la añoranza por una actividad a la que había entregado veinte años de su vida; pretendía suplirla con ventas de Stanhome, pero no eran un sustituto suficiente. Vosotros os hicisteis mayores y pronto, demasiado pronto os visteis abocados a buscaros las habichuelas. Eran tiempos difíciles –la crisis no es un mal invento de nuestros tiempos- pero tu madre, con mucha astucia, Pili, te conseguiría un puesto en la Embajada de México, en la que, si Dios quiere, llegarás a tu jubilación.
Como puestos de acuerdo, en año 1982, Pili y Nines decidís casaros y tú, José Pablo te marchas a México a probar fortuna, fue un trago difícil de digerir y tres años más tarde se quedaba viuda.
El resto de la historia ya pertenece a vuestras vidas que pasaron a ser la suya. Los años transcurrían esperando la llegada de su hijo que tan lejos se había marchado.
Ahora ya conocéis más a vuestra abuela y quizá os parezca mentira que esa ancianita, que confunde a sus nietas a veces, que llama a mamá como un bebé o reclama que busquemos a sus niños pequeños, pero que continúa con la agudeza e ingenio de siempre, haya sido protagonista de una vida tan intensa como la vivida. Ironías de la vida, sigue esperando ansiosamente la llegada de su hijo, aunque ahora sus visitas no se hagan tanto esperar.
Dicen que de casta le viene al galgo... ¿Qué esperabais teniendo una Yayita como la que tenemos?? Sencillamente Inigualable, inmejorable. Gracias Mamá por la iniciativa, ¡¡¡me encanta!!!
ResponderEliminarAdmirable; contenido y continente.
ResponderEliminarGracias Nines.
ResponderEliminar¿Quién eres?
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